El fantasma del empleo futuro.
Es desesperante este canal de comunicación,
mis palabras acuosas inundan sus mentes de
aceite
en el mejor de los casos, ya que en alguna
ocasión
mi discurso desértico suena como el aleteo
de los coches en la M30, lejano, soportable,
ajeno, tan prescindible como el absurdo deseo
de aprender delirios que jamás saldrán a
subasta.
Ojalá fuera el fantasma del empleo futuro
y a través de mí, Dickens les hiciese ver la
nefasta
mano que la vida, hecha crupier, le tiene
preparada
a casi todos, pero con más vehemencia si cabe
a aquellos que no están dispuestos a
arriesgar nada.
Resisto tentado a abandonarme a la
mediocridad,
me niego a llamar bueno a lo que simplemente
no es malo
a costa de parabienes y de popularidad.
Cual segundo apellido mi legado está
condenado
a esfumarse con el paso del tiempo, más
dejará
una impronta de compromiso y esfuerzo en el
encerado.
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